El vino no es como una gaseosa, que necesita llegar a su publico con un código universal. El vino es justamente todo lo contrario: un negocio donde la diferencia es siempre más importante que la similitud, donde destacarse es un imperativo para poder vender en un mar de bodegas, regiones, variedades y enologos.

En el universo de consumidores existen los que llamamos “bebedores de etiquetas”. Son los aficionados que aprecian sobre todo el prestigio de un nombre o de una cosecha. Sin embargo, incluso para un profesional, la etiqueta y el nombre influyen en las impresiones durante la cata. Al igual que el paladar, el ojo influye en el cerebro. En tan poco tiempo como son 7 segundos, el potencial cliente decide si comprar o no esa botella de vino, en el mercado de gran consumo. Quienes se responsabilizan de los departamentos de marketing de bodegas y especialistas en diseño gráfico acuerdan en sostener que una buena etiqueta de vino puede garantizar hasta en un 30% que el cliente lo elija respecto de otro.

Como si se tratara de un escritor o de un escultor, el viticultor es el autor de sus vinos, que firma con su nombre la obra. El nombre del vino es análogo al título de un libro o al pie de una escultura. Impactará desde el vamos, o quedará en las góndolas y en las vitrinas, tristemente olvidado. Asi como fabricar una botella específica resulta claramente mucho más caro que diseñar una buena etiqueta, la etiqueta es el área de la creatividad, en particular la gráfica, es la opción más accesible. Acá van algunos ejemplos entre la abundancia de iniciativas que vemos a diario en las vinotecas:

Etiquetas tradicionales:

Se apoyan en la tradición y los años de experiencia con el vino. Este tipo de etiquetas son sumamente comunes en Europa, donde la figura que ocupa gran parte de la misma es un castillo, un campo, una postal del paisaje, etc, y que seguramente en alguna parte de la misma dice “desde el año xxx.  Desde lo conceptual apelan a la tradición, el prestigio, la familia, el chateau, la distinción, la sobriedad y el estilo. Generalmente son grandes, blancas o beige, y están impresas en papeles texturados, que denotan alta calidad. Tienen mucha información, ya que este consumidor, no sólo compra un vino para degustarlo, sino que también disfruta aprendiendo y decodificando  particularidades del producto bastante específicas, comunicadas por medio de la etiqueta y contraetiqueta. Por este motivo, tienen más texto que imagen. estos diseños dan al consumidor una sensación de seguridad respecto de lo que compra. La idea de que está comprando un producto respaldado por su propia historia y la de la bodega.

Etiquetas Amateur:

Son etiquetas modernas, frescas y originales, muy relacionadas con el público joven. Con el estilo visual vinculado con los vinos del nuevo mundo. En este tipo de packaging la idea es innovar, ya sea desde el concepto o desde la forma. Es muy importante destacar el significativo papel de las tecnologías de producción, los distintos soportes, tintas, barnices, laminados, stampings tradicionales y holográficos, relieves, troqueles que muchas veces son los protagonistas en la etiqueta.

Etiquetas minimalistas:

Etiquetas grandes, limpias, reducidas a lo esencial, despojadas de elementos sobrantes. Mediante esta sencillez se intenta dar protagonismo a la sensualidad del vino. Algún detalle marca la diferencia, puede ser un ícono, una forma distinta, un calado, un relieve. Aunque a veces la tipografía es el único elemento visual. Son elegantes y glamorosas. Suelen ser composiciones asimétricas. Usan papeles texturados, que puedan “sentirse”. También pueden ser “no label look” en materiales transparentes, muy usados para vinos premium y fashion. Tienen la elegancia de la simplicidad, la seducción de las cosas que no intentan seducir.

Etiquetas transgresoras:

Etiquetas que cuentan una historia por medio de leyendas, personajes o criaturas que desmitifican el origen y el consumo del vino. Son rupturistas y provocadoras. Narran historias que poco tienen que ver con los conceptos tradicionales de la viña y la bodega. Invitan al consumidor a descubrir el vino a través de otros caminos. La idea es transgredir mediante una iconografía alternativa. Son alegres y vibrantes. Interpelan al consumidor. Muchas veces su mensaje es provocador, a través de los textos o los dibujos: superhéroes, pecados capitales, sentimientos, comportamientos, frases controversiales…todo vale. El uso del color y de la imagen –iconográfica o fotográfica –  son característicos en este tipo de packaging. La información que contienen es práctica: marca, varietal, consejos acerca del consumo en la contraetiqueta, también pueden contar una historia original.

Etiquetas clásicas:

Etiquetas que están entre lo clásico y lo moderno. Pretenden ser tradicionales pero usan códigos contemporáneos para poder hablarle al nuevo consumidor. Son las etiquetas que responden al típico pedido del productor: “quiero algo tradicional, pero moderno” Combinan lo estructurado de lo clásico con la emoción y la subjetividad. Creo que actualmente son las que copan el mercado, ya que de alguna manera gustan a la mayoría de las personas, “siempre están bien”.

También es evidente que el diseño de las etiquetas no lo es todo. Este aspecto forma parte de un conjunto de acciones mucho más amplio. Cuando se habla del marketing del vino también se está hablando del diseño de las cajas, envases y estuches utilizados por los productos, la estrategia de posicionamiento y la gestión de la comunicación y la presencia de la marca en las redes sociales. Las diversas acciones se complementan y es imprescindible que estén alineadas para llegar destacar y ser atractivos en la mente del usuario.

Ya cerrando la nota y como de vinos no hemos hablado mucho. ¿Acaso el público no compra el vino por el vino en sí mismo? Bueno es el segundo paso, el que nos atrapa o no. Pero como se dice en la jerga del vino, la primera botella la vende el diseñador, la segunda, el enólogo.

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