(La fotografia que ilustra este post fué ganadora de III edición del Certamen de Fotografía Bodegas Verum Vino y Vendimia, de España. Autor:  José Ramón Luna de la Ossa. Obra: La Ventana)

Quisiera comenzar este post con una anécdota:

Hace algunos meses, tuve una conversación vía whatapp con un pequeño productor, propietario de una modesta bodega en Maipú, Mendoza. Yo tenía (y tengo) intenciones de comprar unos plantines de Cabernet Franc y Gewürztraminer para plantar en el fondo de mi terreno. ¿Qué sommelier con espacio en su casa podría rehusarse al sueño del viñedo propio aunque solo se trate de treinta vides?.

En eso estábamos, conversando sobre plantines y proveedores mendocinos, cuando me comentó que estaba muy próximo a su vigésimo aniversario, y al lanzamiento de una nueva etiqueta en conmemoración.  Me invitó a visitarlo para probar sus vinos, uno de los cuales era un corte que involucraba Merlot y Cabernet Sauvignon testigos de la primera vinificación que realizó en su bodega y que iba a ser, el vino aniversario, “el tinto estilo bordelés de la celebración”.

No podía viajar. A veces es imposible con tantos compromisos, organizar un viaje relámpago a 1100 km. Todo lo que me contó por teléfono, era una increíble historia de amor. Sus comienzos. La difícil decisión de abandonar su puesto promisorio como enólogo Junior en una importante bodega de Tupungato y la férrea oposición de su familia. Como logró con gran esfuerzo poner a punto vides abandonadas de una vieja viña de su abuela paterna, mientras seguía estudiando.  Esas viñas, ahora habían crecido, habían aprendido a hacer buenas uvas, habían sido entrenadas por él para ello. Con la esencia del campo y la sabiduría de sus ancestros, conseguida con sudor y sangre y algunas lágrimas, también con paciencia y sufrimiento y como no, con momentos felices.

Me contaba de sus horas sin dormir, en plena floración, temiendo las heladas tardías de noviembre. Horas que se continuaban en enero y febrero, mirando esas nubes blancas cargadas vaya uno a saber con qué, si con agua o con piedras. Hablamos también sobre un informe alemán, del Instituto Tecnológico de Karlsruhe, que aseguraba que Mendoza era la región, más hostil para la producción vitivinícola del mundo. “¡No exageran! –me dijo- acá además de sismos tenemos heladas, granizo, inundaciones y el Zonda, que puede prender fuego todo en un instante”.

El intento de explicar, lo inexplicable

En cada una de sus anécdotas, entendía que para este modesto productor, elaborar vino era mucho más que fermentar, embotellar y salir a vender. Sacar vino de sus uvas era parte de su cultura. De sus usos y costumbres más arraigadas y profundas. Un modo de entender, disfrutar (y muchas veces, padecer) la vida en el viñedo. Uno “es lo que hace, y lo que no, también” -me dijo- y entendí todo, hasta mi propia vocación por comunicar que a veces tantos dolores de cabeza me da y continúo, con todas las dificultades que muchas veces conlleva, en una ciudad tan alejada de los principales centros de promoción del vino argentino.

Dentro de una botella hay algo difícil de definir pero cercano al concepto de alma, una reflejo de la filosofía de la persona que lo elabora. Miren las manos de Alberto, agrietadas y duras por el trabajo en el campo. Al final la naturaleza impone unas limitaciones, hay que entenderla y trabajar con ella. Y tener un objetivo. En este caso, un tributo de amor al propio Ser, a lo que se es.

¿De verdad alguien podría creer que todo esto lo podemos explicar con una breve descripción de color, y los clásicos aromas de frutos negros y balsámicos?. No alcanza. Ni siquiera comenzamos.

En los concursos, en las catas de ocio, en los periódicos de tirada nacional y en las revistas especializadas, en todos los medios de comunicación en general, se utiliza un método descriptivo para intentar analizar la esencia de los vinos. El método tiene un tremendo éxito, principalmente por una razón: aporta un lenguaje común, que todos los profesionales más o menos conocemos. Pero no alcanza, ni alcanzará nunca. Mucho menos el sistema de calificaciones. Los métodos provienen de la cultura anglosajona. Un territorio  consumidor, pero que poco sabe sobre producir vinos.

Deberíamos encontrar entonces, un lenguaje común, y con común quiero decir compartido y sencillo. Más accesible y real sobre todo para los consumidores deseosos por encontrar una buena reseña que le invite a beber ese vino. Porque muchas veces, cuando leo una descripción de un vino o  yo misma realizo  alguna, siento que las palabras no alcanzan, son fútiles, desnudas de significado real. En mis clases, a mis alumnos, les enseño esta forma de describir los vinos; es lo que todo el mundo conoce. Pero sé con certeza que esta descripción dice muy poco del objeto descrito, lo mismo que muy poco podemos saber de una persona observando cómo va vestida o como lleva el pelo.

La esencia del vino en cuestión, sus idas y vueltas, las preocupaciones del hacedor, las noches de insomnio mirando al cielo, las complejidades del terruño, los miedos y también las alegrías, no se pueden medir ni describir en dos simples frases, ni, definitivamente, calificar en una planilla. Entendamos a esto como un juego, que intenta acercarnos a la fantasía de desentrañar los secretos del vino en una copa. Un juego, nada mas, un pasatiempo, mientras buscamos la mejor manera de explicar, lo inexplicable.

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