Los vinos argentinos y en especial los tintos, son protagonistas de una auténtica revolución estilística. El cambio empezó paulatinamente desde hace unos cinco años. No solo en Argentina,  la tendencia de consumo y elaboración de vinos cada vez más ligeros y fácilmente bebibles, es un fenómeno global.  Esta tendencia, se apoya sobre dos pilares: un público conocedor que pide vinos menos voluptuosos;  y por otro, en una vitivinicultura enfocada en producir vinos con identidad y sentido de lugar.

La critica especializada y los comunicadores de la industria del vino, acordamos en llamar a esta nueva tendencia «vinos de sed», justamente por ese talento especial que tienen para moverse con ligereza en la boca. Esa bebibilidad surgió como una opción diferente a los vinos corpulentos y alcohólicos a los que estábamos tan acostumbrados desde el nuevo milenio y que por supuesto, también tienen su corte de fanáticos (me incluyo).

Pero estos «nuevos» vinos de sed, son en realidad el renacimiento de un estilo que fue para nosotros durante décadas, el gran protagonista de la cultura del vino.  Aquellos caldos ligeros, sin complejidades, de alcoholes bajos pero buena expresión frutal (“frutados”, los llamaba mi papá),  que se tomaban de la botella o de la damajuana, en las mesas familiares entre los 70’s y los 80’s, tienen su revival hoy, aunque esta vez, alumbrados por una nueva enología, cuidada, que prioriza la autenticidad, el lugar de donde proviene la fruta y la alta calidad.

Alejandro Vigil, jefe de enólogos de Catena Zapata, fue un pionero de este estilo. En un reportaje concedido a la revista La Nación, definió los vinos de sed como esos vinos “suficientemente ligeros como para quitar la sed, pero suficientemente complejos para acompañar una larga charla”.  Estas dos características juntas resulta quizá lo más interesante en estos vinos. Hoy es posible tenerlas en una misma copa, antes estaban totalmente disociadas en la mayoría de los vinos que acompañaban los almuerzos y las cenas familiares.

Pero la complejidad, y los altos estándares de calidad con los que se elaboran estos “nuevos vinos de sed” argentinos, que no solo son protagonistas de una revolución local, sino de un fenómeno global, no son las únicas características de diferenciación. Para conocerlos en profundidad, aquí van algunas características claves:

Menos madera. Más fruta.

Un vino de sed puede tener crianza en barrica, pero no debe perder ni un centímetro de su expresión frutal. El roble solamente tiene que acompañar, colaborar en la fijación del color, mejorar la textura de los taninos y sumarle un poco de complejidad aromática, pero la fruta siempre tendrá que ser su elemento  esencial.

Austeridad.

La austeridad es otro punto sensible de los vinos de sed.  Muchos de ellos siguen la línea “menos es más”. No se traduce como falta de complejidad, sino como cierto carácter etéreo que contrasta con los vinos más populosos en aromas y sabores.

Identidad.

Más terruño. Menos intervención: un aspecto importante de los nuevos vinos de sed es su talento para comunicar terruño. En general son vinos “no intervenidos” (o poco intervenidos) en bodegas. Se persiguen vinos más “libres”, menos “toqueteados”.  Se abandonan de técnicas tendentes a producir vinos densos, alcohólicos y cárnicos: no se cosecha en sobre maduro, no se sangra, se deshoja lo justo y necesario, se utilizan menos agroquímicos… en fin, se busca desmaquillar el vino en todos los aspectos.

Alcoholes moderados.

El tema del alcohol merece un párrafo aparte. Siguiendo la línea de la austeridad y la no intervención, llegamos también a vinos con menos alcohol: evitar las cosechas en sobre maduro: fruta con menos azúcar dará como resultado mosto menos alcohólico. Los alcoholes elevados le suman dulzor al vino en la copa, pero lo vuelven más oxidable (y por ende menos perdurable en la botella) y le restan ligereza. Quedan exceptuados aquellos vinos que se producen en terruños de clima dual como Jujuy, Salta y Catamarca donde los mesoclimas determinan grados alcohólicos naturalmente elevados.

Frescura:

Se busca el “efecto Halls” en la boca sin resignar balance. La frescura es la percepción positiva de la acidez, lo que le da a cada sorbo vivacidad. Si un productor decide no cosechar sus uvas en sobre maduro, obtendrá –además de alcoholes moderados- mostos menos voluptuosos donde los ácidos naturales de la uva (cítrico, málico y tartárico) serán más notorios. Consumidores de todo el mundo están yendo hacia este estilo de vinos, Argentina no es la excepción. Se trata de vinos más maridables, y por tanto más gastronómicos.

Estamos en el tiempo perfecto para beber tintos con estas características. Más abajo te sugiero 8 etiquetas que tenés que probar si querés descubrir todo acerca de este estilo:

  • DESQUICIADO Malbec 2015. Desquiciado Wines. Valle de Uco. Un drinkhability jugoso e intenso. Te van a encantar su fruta roja y sus dejos especiados.
  • LOS HELECHOS Malbec de Malbecs 2014. Bodega Estancia Mendoza. Valle de Uco. Otra versión del Malbec. Ligero. Danza en la boca. Impacta su complejidad. Dale aire y vas a ver todo lo que entrega en nariz.
  • TEMPUSALBA Merlot 2011. Bodega TempusAlba. Lujan de Cuyo. Lo adoro. Un Merlot sin madera que desafía el tiempo. Su fruta es inclaudicable. Te lo cuenta todo.
  • TRASLAPIEDRA Blend Malbec/CS/Merlot/Pinot. 2015. Taninos texturados, final largo, balsamico y floral. Original hasta en el packaging. Te va a encantar.
  • VER SACRUM Garnacha/Syrah/Monastrell. Para mí el vino mas sorprendente e innovador que probé en 2016. Vuela de la botella. Causo revuelo entre los bahienses cuando lo descorché en  «Esos raros vinos nuevos» en el Land Plaza. Les gustó a todos!!
  • DV CATENA Malbec/Garnacha 2015. Catena Zapata. El último lanzamiento del año de Catena. Imperdible desde donde lo mires. 
  • LASSIA  Pinot Noir 2014. Bodega Patritti. Tremenda RCP. Elegante, refrescante y frutuosisimo. Un ejemplar de Pinot patagonico que la rompe.
  • TINTILLO 2016. Malbec/Bonarda. Uco & Santa Rosa. Bodega Zuccardi. Para beber frío en la playa, o en la pile.
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