Sábado 10 de Septiembre. Habían pasado aproximadamente dos horas de iniciado el Bahía Top Tasting 2016. Finalizando el primer vuelo, ya estábamos sumergidos de lleno en la votación de los primeros favoritos de la noche. Antes de develar el misterio detrás de cada etiqueta, veo que alguien me llama con la mano, entusiasmado, desde una de las mesas.

Alejandro asistía al BTT  por primera vez y por sugerencia de un amigo de Punta Alta que nos visita todos los años. Era uno de los diez integrantes de una mesa de lo más divertida. La edad promedio de todos, sería como mucho de 25.

Se los veía realmente alucinados con la propuesta. Probar tantos vinos diferentes en una misma noche sonaba buenisimo. Pero sobre todo, charlando con ellos supe que en realidad estaban encantados con la idea de elegir los vinos que más los habían sorprendido. Los sociólogos dirían que esa mesa era un buen ejemplo de como se mueven en el mundo del vino la generación de los “Millenials”.  Alejandro y sus amigos estuvieron hiper conectados durante todo el evento: fotografiaban botellas, subían las fotos a Facebook, a Instangram, twitteaban resultados. Pero ni por un segundo perdieron el hilo de lo que estaban viviendo, ni se perdieron de disfrutar cada momento.

Me acerco a la mesa… “¿Cómo anda todo por acá?” –pregunto.

-¡Más que bien, Julieta! ¡No sabes! –Me dice eufórico Alejandro- recién entregué mi tarjeta con los cuatro favoritos, y ¿adivina qué? ¡Acerté tres de los cuatro que votó Carmelo! ¡y él acertó dos! ¡Y ella también! -señalando a otros en la misma mesa. ¡Elegimos los mismos vinos que Carmelo Patti!, ¡y acá nadie sabe nada de vinos!.

Lo que si sabemos es tomarlos -dijo otro integrante de la mesa- y me sonrió cómplice.

Es que minutos antes de que finalizara la votación, autorizada por Carmelo y por Leo Biondolillo, y a pedido de los asistentes, leí frente a todos sus tarjetas de puntuación. Por supuesto, el resto de los asistentes ya habían votado. Solo quedaban los votos de Carmelo y Leo por computar. No me extrañó que los asistentes quisieran saber cómo habían elegido ellos, los hacedores… quienes conocían cada secreto del mundo del vino.

Situaciones como la de Alejandro, tuve muchas más en toda la noche. Personas que jamás habían tocado una ficha de cata, ni siquiera habían hecho un curso básico de vinos, y sin embargo, al finalizar las votaciones comparaban sus votos con catadores de más experiencia, y se sorprendían descubriendo, que habían llegado a resultados similares.

Y es que cualquiera puede catar.

la-hora-del-consumidor

Durante todo este tiempo de auge del vino, se ha ido consolidando una idea, a mi juicio, bastante equivocada. Nos fuimos creyendo, que la opinión del consumidor, quién paga por una botella, no aplica del todo para definir las cualidades de un vino. Que la subjetividad siempre empaña el análisis. Así, en todo este tiempo, el consumidor fue una figura pasiva, receptiva y en algunos casos hasta pudorosa de expresar lo que cada copa le provocaba.

No cabe duda que cuanto más se conozcan la técnica y más experiencia sume una persona, más profesional y profundo será su análisis. Nadie podría discutir esto. Tampoco se puede discutir la enorme relevancia que tiene en el mundo del vino la opinión de la crítica especializada. Pero ha quedado demostrado que la opinión del simple entusiasta se ha transformado en un aspecto clave a la hora de conocer el impacto que un vino tiene, por ejemplo, en una comunidad.

Se trata de otro análisis:  más simple y directo. Libre de tecnicismos y formalidades, 100% emocional. Un termómetro real que le muestra a la bodega qué sensaciones despiertan sus vinos; y a los consumidores, les permite ejercitar el simple acto de elegir, que los hace sentirse parte fundamental de la propuesta. ¿Acaso no es el disfrute de las personas, en definitiva, el objetivo primordial de un vino?

Hace una semana, como todos los años, tuve la alegría de ver a 140 enófilos, mujeres y hombres, de todas las edades, con más o menos experiencia y más o menos poder adquisitivo, reunidos e igualmente comprometidos en elegir.  Sentí el respeto de cada uno por cada botella, y el enorme interés que despertaba conocer lo que había detrás de cada etiqueta cubierta. Viví el entusiasmo de todos saber los resultados finales, como se iban conformando los Podios.

Los ví sentirse una pieza clave, disfrutar y animarse a expresar.

Brindo por todos los Alejandro, que la noche del 10 de septiembre descubrieron que a pesar de no ser especialistas o catadores experimentados, su opinión muy valiosa para las bodegas. También celebro a las 49 bodegas que con alegría, con toda la buena onda del mundo, se sumaron a esta propuesta de poner sus vinos bajo la lupa de quienes a diario los eligen en las vinotecas.

Que vengan muchos más certámenes de vinos, porque los consumidores tienen muchas ganas de elegir.

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